El hombre en busca de sentido
El alpinista Sebasti¨¢n ?lvaro ha vuelto al Karakorum 30 a?os despu¨¦s. La temperatura ronda los seis grados bajo cero y cuatro miembros del grupo superan los 55 a?os.

No estamos fabricados para aceptar el sufrimiento, pero, de hecho, hasta eso se aprende en la vida. Lo pienso mirando a mi alrededor las monta?as nevadas, descansando sobre los bastones de esqu¨ª, mientras resoplo como una locomotora y me quedo helado con la brisa que sube del valle y congela el sudor. All¨ª abajo est¨¢n los campos nevados de Hush¨¦.
Hoy es un d¨ªa invernal excelente, est¨¢ despejado y no hay una sola nube, apenas hay viento y el term¨®metro no baja de los 6? bajo cero. No podemos quejarnos, sabemos que vendr¨¢n d¨ªas mucho peores. S¨ª, tendremos que aprender a sufrir. No estamos ni adaptados ni preparados para ello. Pero podemos soportarlo todo, si tenemos clara la meta. La historia de nuestra especie lo demuestra. Muchas personas antes que nosotros soportaron toda clase de privaciones y penurias, incluso cuando fueron arrastradas al l¨ªmite de lo tolerable. Los campos de concentraci¨®n nazis, los de Stalin en Siberia o el terror impuesto por Mao en China, son unos pocos ejemplos de lo que, en tiempos modernos, el ser humano puede soportar. Y tambi¨¦n de la crueldad que podemos desatar. Victor Frankl escribi¨® un hermoso libro, El hombre en busca de sentido, sobre su terrible experiencia en un campo de concentraci¨®n nazi donde sobrevivi¨® a pesar de todo el horror inimaginable. Es un buen ejemplo de aquello que podemos lograr si nos lo proponemos, si buscamos ese sentido al que V¨ªctor se refiere, aunque, en definitiva, sean metas que se sit¨²en por encima de nuestras realidades. La meta de Frankl fue sobrevivir para contarlo. Y lo logr¨®. Pero lo que pocos pueden llegar a entender es cuando lo acometemos de forma voluntaria. Aquellas personas arrastradas a una guerra o un campo de concentraci¨®n no ten¨ªan otra posibilidad, s¨®lo aguantar y tratar de sobrevivir. Pero ?qu¨¦ lleva a un maratoniano o un ciclista a llevar su esfuerzo m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites de nuestro organismo? O a un alpinista a escalar en invierno una monta?a en el Karakorum. Yo mismo me lo pregunto ahora. ?Qu¨¦ hago aqu¨ª pasando fr¨ªo? C¨®mo bien me dec¨ªa mi madre: ?qui¨¦n te manda meterte en estos l¨ªos con lo bien que podr¨ªas estar en casa? Imagino que mis amigos se est¨¢n haciendo la misma pregunta.
Pero somos una especie contradictoria. Yo desde luego. Supongo que tenemos que vivir con nuestras contradicciones. Poca gente puede imaginar que me gusta como al que m¨¢s estar en casa, disfrutar de la familia y de la charla con los amigos, disfrutar de mi profesi¨®n, ir al teatro o a un concierto y de vez en cuando hacer alg¨²n viaje placentero y tranquilo con mi mujer. Pero, al mismo tiempo, cuando estamos instalados en el confort, inmediatamente necesitamos desbordar nuestra realidad, imponernos nuevos proyectos que anticipan el futuro y que muchas veces no es que vayan por encima de nuestras posibilidades sino que est¨¢n por encima de nuestras realidades. Desde el origen de nuestra civilizaci¨®n las hemos desbordado, las hemos ampliando continuamente, ha sido y es el motor del avance imparable de la Humanidad. Necesitamos conocerlo todo, pero al tiempo necesitamos que todo siga siendo misterioso y atrayente.
Muchos aventureros antes que nosotros cayeron bajo ese influjo contradictorio, que es la uni¨®n de la acci¨®n y la inteligencia. Col¨®n y Galileo, Cop¨¦rnico y Magallanes, Humboldt y Darwin. Nos movemos por la raz¨®n y por la emoci¨®n, somos una mezcla de ambas. Nuestra raz¨®n es una especie de jinete que intenta cabalgar encima de un caballo que es la emoci¨®n. El coraz¨®n nos impulsa y la raz¨®n nos gu¨ªa. Sin caballo no ser¨ªamos nada, no llegar¨ªamos a ning¨²n lugar interesante ni alcanzar¨ªamos ninguna meta; sin jinete el caballo podr¨ªa desbocarse, dirigirse a cualquier lado, dar vueltas en torno al mismo punto o dirigirse al abismo. Necesitamos conocer, ir m¨¢s all¨¢, avanzar en las parcelas de lo desconocido, en lo que nadie ha hecho antes, donde nadie ha llegado. Es la historia de la Aventura Humana. Nos mueve la imaginaci¨®n y la esperanza tanto como la necesidad.
Pens¨¢ndolo bien, como dec¨ªa mi madre, no tengo ninguna necesidad de estar aqu¨ª pasando fr¨ªo. Pero es una meta que me he impuesto voluntariamente, que comparto con otros siete amigos. Es probable que no tengamos ni un 10% de posibilidades de alcanzar esa min¨²scula cumbre que se eleva por encima de los seis mil metros en pleno invierno, azotada por vientos y con temperaturas incompatible con la vida (hace dos semanas -48? C) Pero el hecho precisamente de imponernos estas metas es lo que nos hace espec¨ªficamente humanos. Desde?amos el confort y el placer cercanos para elegir caminos duros de desbrozar, sufridos, inc¨®modos, pero que nos llevan a sitios que hemos elegido voluntaria y cuidadosamente, donde queremos estar; somos capaces de formular proyectos realizables, aunque a buena parte de nuestros cong¨¦neres les parezcan imposibles, y luego planificarlos y ejecutarlos eficazmente. Y no nos podemos quedar quietos una vez alcanzada esa meta, pues la satisfacci¨®n nos la proporciona la acci¨®n de acometerla.
Lo que nos hace felices, como bien afirma Jos¨¦ Antonio Marina, no es haber amado, sino estar amando. Por eso, 30 a?os m¨¢s tarde, me encuentro de nuevo en el Karakorum. No reniego de aquello que hicimos entonces, la escalada de la vertiente sudoeste del K2, los inicios de Al Filo de lo Imposible. Cuatro de nosotros sobrepasamos los 55 a?os, una edad que muchos consideran la edad de retirarse a pasear por el parque con los nietos. Desde luego que es una opci¨®n respetable. Pero yo quiero seguir teniendo metas, proyectos imposibles y, al mismo tiempo, compartirlos con amigos honestos, divertidos, buena gente con la que se que se puede ir al fin del mundo. Por eso estoy ahora doblado sobre los bastones pasando fr¨ªo y aprendiendo a sufrir. Creo que ese es el sentido de estar aqu¨ª, en el Karakorum y en invierno.